Por Víctor Octavio García

Militancia ninguneada

• Nada por aquí
• Nada por allá

Cada vez que se mueve el interés político de cualquier organización o partido político normalmente los analistas se refieren a la clase militante partidaria que no es otra cosa que la militancia de a pie, los militantes de “hueso colorado” que conforman el famoso “voto duro” en cada partido político. Estos grupos de ciudadanos –o masas uniformes de electores– que se consideran los más creyentes, adoctrinados y con la camiseta “bien puesta” a final de cuentas son los que más le batallan cuando su partido accede al poder público porque quienes pasan a ocupar los puestos de primer nivel son de otros estados, municipios y de otros partidos –que es lo peor– y los ejemplos sobran: En Mulegé el Guillermo Santillán se llevó a los viudos que dejó Leonel Cota Montaño sin importar el qué dirán de los muleginos; en Loreto, el alcalde perredista (burdamente impuesto por Eustaquio Tomas de Nicolás de Homex y José Carlos Cota Osuna) vestido de priísta es fuereño y muchos de sus funcionarios también o militan en otros partidos; en el caso de Comondú es un tanto diferente por ser un municipio totalmente ajeno al sentir de los sudcalifornianos como la franja de Gaza y el Golán es para los israelíes y porque desde ahí Marcos Covarrubias lanzó su proyecto por la actual gubernatura; en Los Cabos aunque pintados a brochazos de un tenue amarillo es exactamente igual, ahí hasta un salvadoreño de tristes recuerdos venido a menos tiene un puesto de primer nivel y claro, La Paz no es la excepción; más del 90 % de los puestos de primer nivel están en manos de perredistas, panistas y arribistas, menos en manos de priístas y de nativos –todos a modo– y de quienes jamás han participado o militado en el PRI, así que eso de sudar la camiseta –como se dice en el argot talachero–, pegar propaganda y acomodar sillas por años y años es bastante relativo o poco importa. Pregunto: ¿A qué le tiran? ¿A qué le apuestan? O pa’ que le sigan deteniendo la jeta al burro sin más expectativas que el de las macetas, que del corredor de la casa no pasan.

Sería demasiado tedioso procesar una lista con todos los “aprovechados” –que además sería muy saludable–, sin embargo, sí se aplica, para efectos prácticos, la sabia conseja popular que dice; “el fin justifica los medios”, sí pero siempre surge un pero y ese pero son los que sin despeinarse, sin sudar la camiseta y sin pasar las hambres, los fríos y los calores de una campaña son los que actualmente ocupan los puesto de primer nivel, de ahí que lo más recomendable sería que los propios titulares de la administración pública municipal priísta ofrecieran una explicación al respecto e incluso quienes aspiran “a lo que viene” reflexionaran en torno a ¿cuántos y quiénes? se la han partido en infinidad de proyectos desde 1999 y aún están en la fría banca o ninguneados por la burocracia partidista. Lo peor del caso es que en el siguiente proceso electoral nuevamente los van a llamar, aunque se entiende de los apetitos políticos de los protagonistas fácilmente pierden el piso o entran en francos procesos de “flotación” o “nado de muertito” y se les olvida olímpicamente de dónde vienen y con quiénes se han hecho en el trajinar de quemar suelas y sudar la camiseta o de plano su pragmatismo “ya no da más o no suma” aun cuando se corra el grave riesgo de que los aspirantes se vayan con la finta y en lugar de proteger y “endurecer” el voto duro compren espejitos de quienes en el muy cercano pero no olvidado pasado fueron los que blandieron las armas de la destrucción del PRI desde el 99 a la fecha, y ahora con una bella coraza o vestimenta de “dulces corderos” se agolpan a sus delicados pies. A todo lo anterior se le puede sumar que bien pudiera adjudicárseles a los “nuevos incorporados” el ambiente de divisionismo al interior del PRI que es atribuible a promotores del quehacer político interno que son precisamente los que más ruido le meten la unidad interna del partido sin reparar que de ellos depende su futuro, el del PRI y el de muchos militantes que todavía creen en ellos. Y cuando hay demasiado ruido por nimiedades o cosas de menor importancia se hace necesario contar con un arbitrio de talla, altura y sobre todo con la sensibilidad y experiencia suficientes, es decir, de decidir y que haga sentir la mano del comité nacional –Delegado– para atemperar y poner orden en el desorden, porque a los protagonistas también hay que señalarles y exigirles la parte de responsabilidad que les corresponde para mantener, y conservar y preservar la unidad partidista, no se puede ni debe de hacérseles “bola el engrudo” y menos en una etapa de simple calentamiento porque se perdería lo poco o mucho que se ha avanzado; de ahí que tampoco debe existir disimulo ni simulación hacia la clase política militante porque al final y en la definición interna suelen ser bastante útiles, aunque después los envíen al frío político del olvido y del abandono. ¿Chúpense esa?

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