Por Víctor Octavio García
¡Qué tiempos aquellos!
* Siete años de sequía
En memoria de mi abuelo, Rafael Collins Collins, a veinte años de su fallecimiento
En 1932 –me platicaba mi abuelo– hubo una sequía que duró siete años sin llover; los primeros tres años lidiaron con el ganado en las partes bajas y planas basureando, cortándoles palo verde, palo blanco, picándoles cardón y biznaga y donde había, quemándoles choyas, dándoles de beber agua en manantiales (ojos de agua), en batequis en los arroyos y en pozos artesianos, antes de mover los “cambiaderos” a la sierra donde aún quedaba un poco de agua; época muy dura, donde el aislamiento y la falta de comunicación imponían condiciones en extremo difíciles; no había trabajo, no había dinero y la economía era prácticamente de trueque y lo que se producía era para el autoconsumo; el solo hecho de imaginarse tales condiciones resulta desolador e inexplicable para este tiempo, imagínese para las nuevas generaciones que sin el Internet en las primeras de cambio se les cierra el mundo.
