Por Víctor Octavio García
¡Qué tiempos aquellos!
* De visita con los “Ojeda”
En memoria de mi padrino, Alberto “Beto” Ojeda Acevedo; QEPD.
A principios de los 70’s, un año de “ciclones” y de muchos “aguaceros”, enfilamos con rumbo a San Ignacio –rancho cercano a Caduaño, al pie de la sierra–, a saludar a los “Ojeda”, entre ellos a mi padrino Alberto “Beto” Ojeda, familia muy apreciada por mi familia; mi papá tenía un Ford Galaxie 500 modelo 1962, imposible meterlo a la brecha por los cruces de arroyos –paso del encino– y lo malo del camino, así que tuvo que echar mano de un pick up Chevrolet Apache prestado que era de los “Lucero”, compadres de mi papá y amigos también de mi familia; mi papá llevaba café, azúcar y cuatros paquetes de cigarros argentinos –uno para cada quien– a los que fumaban en el rancho; Jesús “Pachi” Ojeda, mi padrino Alberto “Beto” Ojeda, Remigio “Chelo” Ojeda y Guadalupe “Lupe” Ojeda; llegamos temprano, todavía andaban en la ordeña; les dio mucho gusto vernos, íbamos de vez en cuando a visitarlos (había mucho aprecio y relación entre las dos familias desde los tiempos de mis bisabuelos); saludamos a todos menos a mi padrino Beto que había salido esa mañana a los venados y a revisar un “enjambre” que tenía visto en el tronco de un chino, en la sierra; estábamos apoltronados en el corredor tomando café con leche recién ordeñada cuando intempestivamente apareció con un paliacate colorado enredado en el pescuezo, con los pantalones y botas ensangrentadas; había “tumbado” un venado –“hijuelachingada”– de 12 puntas y lo había dejado colgado, venía por una bestia (caballo) para arrimarlo pal rancho; ni tardó ni perezoso me apunté para ir con él en las ancas del caballo, tendría doce o trece años, en ese tiempo no conocía los venados más que en fotos, revistas y en machaca.







