En Corto

JALISCO Y UCRANIA BAJO LA BARBARIE

Por Carlos González Muñoz

El terror y la barbarie se expanden por todo el planeta, hermanando a las poblaciones que sufren estos flagelos.

La explosión de siete minas terrestres la noche del pasado martes 11 de julio en Tlajomulco, Jalisco, provocó en menos de un minuto la muerte de seis personas y 14 heridos, incluidos tres niños de 9, 13 y 14 años de edad: manos del crimen organizado sembraron explosivos y atacaron con bombas de racimo a un convoy de policías estatales y municipales que atendía un reporte de auxilio.

Al pasar a bordo de sus vehículos sobre las minas terrestres estas detonaron dejando casi una veintena de víctimas entre occisos y heridos: Un ataque cobarde, inhumano.

Cada una de estas bombas de racimo posee a su vez cientos e incluso miles de mini bombas que al estallar, se expanden en varias direcciones y multiplican el poder destructivo de dichos artefactos, convirtiéndolos en letales instrumentos de la muerte.

A semejanza de los criminales que en México no tuvieron reparo alguno en utilizar siete bombas de racimo para asesinar a personas inocentes, incluidos niños, mujeres y ancianos, igualmente el gobierno de Estados Unidos decidió hace una semana enviar a Ucrania 600 mil bombas de este tipo para ser utilizadas por el gobierno de este país en su enfrentamiento contra Rusia, una decisión que tomó el presidente Biden a espaldas de la ONU y a sabiendas de estar actuando en contra de la Convención de Oslo, quien desde el año 2010 y ratificada por 111 países, prohíbe la fabricación y almacenamiento de estos explosivos.

Si siete bombas de este tipo, al estallar, afectaron a una veintena de personas indefensas en México, ¿qué cantidad de muertes traerá el transferir a Ucrania seiscientas mil de estas bombas? ¿no estamos acaso ante un acto supremo de barbarie perpetrado por una potencia mundial que se jacta a cada momento de “defender la vida, la democracia y las libertades”?

Difícil de creer que provenga de alguna mente humana pero quienes fabrican estas bombas de racimo, las recubren de colores para que se confundan con juguetes, una verdadera e injustificable canallada.

John Saxe Fernández, columnista de La Jornada, relata que estas bombas se utilizaron por primera vez en la Segunda Guerra Mundial y que años después durante la guerra de Vietnam, entre 1964 y 1973, Estados Unidos “dejó caer aproximadamente 260 millones de bombas de racimo en Camboya y Vietnam”, revelando además que “cerca del 30 por ciento aún no explotan”.

Los gobiernos de ambos países confiesan que en 2023 todavía continúan las labores de recolección de bombas de racimo y que “harían falta otros 150 años para limpiar” totalmente los vestigios de estos explosivos. Denuncian que ocultas sobre pastizales, “siguen provocando la muerte de civiles, principalmente niños”.

El presidente de Camboya alertó a su par ucraniano que rechace la oferta de Washington y le advierte que estas municiones arrojadas sobre aquél país asiático, siguen provocando muertes porque muchas de estas permanecen abandonadas sobre sus campos y praderas, así haya concluido el conflicto bélico. “Aunque la guerra termine Ucrania será un sembradío de bombas de racimo sin estallar que amenazarán la vida de todos sus habitantes porque estos explosivos de mil cabezas, no distinguen entre rusos y ucranianos, niños o ancianos, soldados y civiles”, advertencia desoída tanto por el gobierno ucraniano como por Joseph Biden.

Si el propósito de estos artefactos es sembrar muerte y destrucción masiva, cobarde ¿cuál es entonces la diferencia entre un general del ejército estadounidense y un sicario al servicio de los carteles mexicanos de la droga?

Ninguna, sólo que uno habla inglés y el otro castellano.