Por Víctor Octavio García
El estero
Cuando conocí el estero de San José del Cabo (1964-1965) era un edén; mi papá trabajaba en hotel Palmilla –el único hotel que existía en San José– y seguido me llevaba a San José donde era común ver al Forey arponeando lizas, pargos, jaibas o tirando la tarraya a los camarones (langostinos); las viejas huertas con tricentenarias matas de mango sembradas por los colonizadores (jesuitas) y construcciones porfirianas le daban un toque especial; visitar La Playa, pueblito de pescadores casi conurbado con la cabecera delegacional (en ese tiempo era delegación de gobierno) generaba una fuerte empatía que obligaba visitarlo una y otra vez.