Por Víctor Octavio García
¡Qué tiempos aquellos!
* Tomas Gavarain
Allá por 1961-1962, apenas recuerdo, seguido llegaba Tomás Gavarain a casa de mi tío Loreto “Loro” García Cota, que trabajaba la talabartería, un señor de edad madura, de estatura alta, vestido de ranchero con sobrero texano, polainas, chamarra y botas vaqueras y una pavorosa pistola revolver 44 magnum ceñida al cinto, montando briosos caballos de buena alzada y mejor montura; amarraba el caballo en el tronco de un frondoso eucalipto y se pasaba horas platicando mientras mi tío trabajaba; mi bisabuela siempre le brindaba café, una taza de café nadamas porque era muy “cicatera” y él le reprimía, “ay Enedina –así se llamaba– siempre ahorrando para que “Loro” (mi tío) se empine el codo” –a mi tío le encantaba “pistiar”–, mi bisabuela solo frunció una ceja en señal de que le gustó lo que le decía y le remató regresándole la taza de café vacía pidiéndole que le echara los asientos para agarrarle sabor; a la hora de la comida, forzosamente lo invitaban pasar a la mesa aunque mi hermana Sandra y yo nos quedáramos sin comer.
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