Por Víctor Octavio García

Pese a los malos augurios

• Buenas expectativas
  Romper para estabilizar: JLP

De la tarde-noche del viernes 23 de enero –llena de emoción social–, tras el registro de Ricardo Barroso, como precandidato del PRI a la gubernatura del Estado, bien se pudo sacar la víspera (vaticinio) de lo que ocurriría, horas más tarde, en la sede del PRI estatal. La presencia de cientos o quizás miles de “nuevas caras” acuerpando el registro del joven abanderado motivó que más de 70 aspirantes a cargos de elección popular se apersonarán en el PRI buscando “cobijo” en una candidatura. No obstante las 21 posiciones en disputa –incluyendo la candidatura a la gubernatura, dos diputaciones federales, trece de las dieciséis diputaciones locales de mayoría relativa y cinco alcaldías– muchos se sintieron alentados y seguros y se apuntaron. Si la candidata hubiese sido Esthela Ponce o Isaías González Cuevas, la participación habría sido otra. No es lo mismo un abanderado con empuje y arrastre social a un candidato o candidata a secas.

La presencia de cientos o quizás miles de priístas en la sede del PRI la tarde del viernes pasado, –lo que no se veía desde hace más de veinticinco o treinta años– no es obra de la casualidad, ni por arte de una convocatoria trabajada por largo tiempo, sino por el arrastre, carisma y la aceptación popular de uno de los abanderados del PRI más exitosos de los últimos años. En 2011, con los votos obtenidos por Ricardo Barroso en la elección de ese año, propiamente se levantó al PRI del largo marasmo en el que había caído desde la derrota del 99. No fue el discurso Light ni la “pompa” de los dirigentes del partido, mucho menos los asideros de esa clase política indispuesta a abandonar sus respectivas zonas de “confort” lo que levantaron al PRI del ras suelo, sino los votos, los miles de votos obtenidos en las urnas por Barroso. Un año más tarde, Barroso repitió la hazaña y ganó la elección para senador con una amplia e indiscutible ventaja.

Queda claro que quién traía y alentó las expectativas a favor del partido fue Barroso, un joven cuadro del PRI que la vieja clase política priísta desdeñó en el 2011, le hizo mutis en 2012 y desairó en el proceso interno de 2015. En el 2011 levantó exponencialmente la votación obteniendo miles de votos y el 2012, ganó sin ninguna dificultad, y en 2015 accede a la candidatura por la gubernatura prácticamente con la “alienación” en contra de esa rancia e interesada clase política priísta que una vez más perdió como perdieron en el 99, en el 2005 y en el 2011.

Esa vieja clase política priísta repartida entre Esthela Ponce Beltrán e Isaías González Cuevas, ya porque traían recursos –unos provenientes de las cuotas de los trabajadores y otra del sangrado presupuesto municipal– para pagar simpatizantes y comprar seguidores, a diferencia de miles de sudcalifornianos que confiaron en el hoy joven abanderado del tricolor, ellos iban por la “plata”, por el pago, porque además jamás han estado dispuestos a dar la lucha, hoy vuelven a perder sin meter las manos a la hora de la designación.

¿Que va a pasar? se preguntarán; que unos y otros se “sumarán” de los dientes pa’ fuera, y harán campañas de “brazos caídos”. Isaías González Cuevas respondió al llamado del dirigente nacional del PRI con una repuesta demasiado ambigua y Esthela, con todo y que se tomó la “foto” levantándole al brazo al precandidato, les apostará únicamente a sus candidatos. De hecho, la prometida “suma” aún no se ve en el equipo del ungido precandidato.

¿Cómo reaccionará esa vieja clase política priísta ante lo que resulta inevitable con el registro y la formalización de la candidatura de Ricardo Barroso a la gubernatura? Basta ver con lo que está ocurriendo en el PRI de Los Cabos, donde los propios priístas andan agarrados de las greñas construyendo afanosamente las condiciones de la próxima derrota. Obvio que nadie contravendrá la decisión del CEN del PRI, muchos menos se opondrán a la voluntad del Presidente, pero harán hasta lo imposible para que no llegue Ricardo Barroso a la gubernatura, así tengan se pasar otros seis años de hambre y frío.

Pero no hay porque asustarse o llamarse sorprendidos. En 2011, pasó exactamente lo mismo, con el añadido de que no había “arbitro”, es decir, Presidente priísta y el PRI no ganó pero logró reposicionarse a contrapelo de esa vieja y rancia clase política priístas, gracias a los miles de votos de ciudadanos sin partido que confiaron –y siguen confiando– en Ricardo Barroso.

Mal haríamos restarle méritos a la sociedad, cuando ha sido la sociedad y no los viejos grupos de interés lo que han sacado la casta por los priístas y por su partido y, seguramente hoy no será la excepción, y el grueso de los sudcalifornianos –esos que no andan detrás de candidaturas, huesos en el gabinete ni canonjías– al final del día serán quienes empeñen su palabra y se conviertan en los fieles de la balanza. ¿Chúpense esa?

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