Por Víctor Octavio García

Marginación

Contrario al discurso que “cacarea” un día sí y otro también la Delegada de Sedesol, la marginación social es una realidad que se pulsa y se siente en amplias zonas del estado. Los programas “sociales” como la cruzada contra el hambre, 70 y más, empleo temporal y la generosa entrega de despensas (“con las que se han escrito tres millones de historias de mexicanos que han salido de la pobreza», según reza la propaganda gubernamental) siguen siendo promesas incumplidas en el norte del estado.
Ya por las distancias, ya por el calor, Sedesol no se ve.

Hace una semana estuve en San José de Gracia y ahí cada quien se rasca cómo puede. Con una población de escasos cien habitantes, la mano del gobierno federal nomás no más no se ve, como no se ve la de ningún gobierno, sea estatal, sea municipal. Los canales que irrigan las huertas datan desde los tiempos del Gral. Juan Domínguez Cota. La escuela primaria –incluido el internado y la casa del maestro– fueron construidas durante el gobierno de Hugo Cervantes del Río.

En 1936, por una brecha que apenas se distingue entre cerros pelones y pedregosos llegó Jesús Castro Agúndez, donde de inmediato se dio a la tarea de construir un modesto juncalito que por años cumplió las funciones de una escuela. Los exgobernadores que han visitado esta alejada comunidad han sido el Gral. Juan Domínguez Cota, Hugo Cervantes del Río y Ángel César Mendoza Arámburo.
No obstante de ser un auténtico oasis las huertas se ven descuidadas. Asentada en un cañón irrigado por un ojo de agua que le da vida a huertas de árboles frutales y cultivos tradicionales para el autoconsumo –porque no tienen los medios para comercializar sus productos–; cosechan ajo, cebolla, chile, tomate, fríjol, chícharo, cilantro, calabaza, maíz, aceitunas, uvas, mango, guayaba, higo, limas, naranjas, aguacates y tunas, entre otros, que se producen de excelente calidad. Sin embargo, la actividad económica gira alrededor del campo pesquero El Dátil, donde explotan la almeja chocolata, almeja pismo, callo de hacha y pescado de escama, entre otros, que trasladan a San Ignacio a través de camiones thermo king

Cuna de la dinastía de los Murillo Aguilar –descendientes de don Nemesio Murillo, (+) uno de los patriarcas de San José de Gracia– sigue esperando la mano de los gobiernos. Cuenta con energía solar –que data de los gobiernos de Leonel Cota Montaño y de Narciso Agúndez– y una moderna planta generadora de electricidad que da el servicio a la comunidad de 5 de la tarde a 11 de la noche, por lo que se cobra una cuota fija solo para la compra del diesel. El agua llega por gravedad y entubada desde un ojo de agua que se ubica a poco más de un kilómetro de la mancha urbana, por este elemental servicio no se cobra.

Sus habitantes –que es la verdadera riqueza de San José de Gracia–, se distinguen por su trato abierto y amable, sincero y leal. Entregados al trabajo, los días transcurren esperanzados únicamente en las buenas mareas porque ahí no llegan los “candidatos” ni sus falsos posicionamientos políticos; periódicos, ni Internet ni televisión que los desinforme y contamine. San José de Gracias es, sin mayor preámbulo, una de las últimas “comunidades de sangre” que todavía sobreviven en medio de la tremenda asculturización que sufre el estado; comunidad de la cual debemos sentirnos orgullosos como sudcalifornianos. Sin embargo, es una de las zonas más olvidadas y marginadas en el estado.

No existen asociaciones ganaderas ni agrícolas no obstante de ser una zona “chivera” por excelencia, donde se producen quesos, al igual que frutas y granos de magnifica calidad. Y como no existen asociaciones ganaderas ni agrícolas, tampoco hay apoyos de los gobiernos. Y no los hay porque tampoco aportan “votos” ni dan “posicionamientos políticos y mediáticos” a los candidatos. Injusta y triste realidad.
Conviví tres días en San José de Gracia compañía de mi familia invitado por dos viejos y apreciados amigos; uno oriundo del lugar y el otro casado con una nativa de esa comunidad; Amadeo Murillo Aguilar y Humberto Castillo Lucero, de quienes recibí inmerecidas atenciones, a quienes les expreso públicamente desde este espacio mi más profundo agradecimiento, así como a la familia Reyes Murillo, que nos brindó posada a lo largo de tres días donde disfruté con mis pequeños demonios degustando verdaderos manjares a base de callos de hacha, almejas chocolatas, birria de chivo y sin faltar el tradicional y rico mangate rendido en casos de cobre con leña de uña de gato. ¡Qué tal!

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