Por Víctor Octavio García

Cacería

• Los “lomitos” pa’ mi compadre Macklis

En memoria de Manuel Macklis Fisher; amigo a carta cabal.

Tenía, al menos, tres años que no veía al “traspaleado”. La última vez que coincidí con él fue en una “venadeada” por los rumbos del Cantil de Abajo y la Mesa de La Quelela, donde, junto con el “poco lonchi” le volaron los sesos a un cuerni-cabra, así que me dio gusto de volver a verlo en otra “venadeada”, ahora en la cañada de Las Víboras. Habían levantado el “paraje” en el lecho de la cañada escondidos entres matorrales de uñas de gato y garabatillo. Acaban de llegar, según nos confiaron. Sobre las brasas del “atizadero” una jarra que esparcía un rico olor a café recién colado y en la parrilla, una olla con fríjoles en plena cocción. Reconozco al “traspaleado” que es los pocos “tiradores” que, dónde “pone el ojo pone la bala”. Lo acompañaban dos amigos de él del rancho Los Potreritos, expertos en la “paleteada” y, según nos confió el propio “traspaleado”, buenos para darle el “punto a la pitahaya cocida” (dulce): José, que se dedica a la cría de chivas y una que otra vaquita y el Chuy, que siembra maíz, fríjol y garbanzo de temporal. Esa tarde, cuando nos tapamos con ellos, Manuel, mi comandante” y el Juan y yo llevábamos otro plan; “parajear” sobre las  faldas del Cerro Prieto para caminar al día siguiente sobre los lomeríos y cañadas que mueren en el arroyo del “Tildillo”. No tardaron mucho en convencernos que nos quedáramos en el “paraje”; total, de haber animales habría para todos. Para esto, bajamos los “tendidos” y los apilamos en el tronco de un palo “Sanjuan”. Esa tarde nos quedamos en el “paraje” a jugar malilla y saborear un rico guisado preparado por las febriles manos de Manuel, mi “comandante: machaca de garropa seca (cortesía de mi amigo el “Gordo” Almaraz), arroz blanco, fríjoles caldudos –no de la olla– y tortillas de maíz hechas a mano, cerveza (ballenas) y para del desempace –que era opcional–, Herradura Reposado. Aprovechamos la tarde, ante de oscurecer, para calibrar las armas; un .243; 30/30; 30.06 y un 25/20 del “traspaleado” que lo tiene desde hace más de 30 años, de que lo conozco.

En plena jugada, Manuel, mi “comandante”, nos reveló que el “traspaleado” está a punto de arrebatarle el codiciado y hasta hoy invicto trofeo que presume Raúl Olachea, de ser el único “Gavilán” (Gavilán porque es socio del Club de Caza, Tiro y Pesca del mismo nombre) que prepara muy buen “queso de ardilla”, todo porque en el rancho del “traspaleado” alimentan las gallinas a base de concentrado, y éstas en lugar de poner huevos van a dar leche, lo que le permitirá en unas semanas más hacer “queso y panelitas de gallina”. Ora sí que como dijo el Juan, este sí que “salió más cabrón que bonito”. Esa noche jugamos malilla hasta las diez de la noche, tiempo en que nos dispusimos para honrar nuestros sagrados “coyotitos” (dormir).

Al día siguiente, después de tomar café, nos compartimos las zonas que “peinaríamos”. Solo saldríamos dos equipos de dos cada uno y en la tarde saldrían los otros dos equipos. El Chuy, llevaba chamorros y huesos blancos para preparar un “cocido” como Díos manda; repollo, elotes, camotes, zanahorias, cilantro verde, calabazas y demás mejurjes, así que se requería de un hacendoso y experimentado “chef” que prepara el “caldo” y que mejor que Manuel, mi “comandante”. Así que los primeros dos equipos quedaron integrados por el “traspaleado” y José, el primero con el 25/20 y José con la 30/30 de grano libre; el segundo equipo, Juan y un servidor, el primero con el .243 y yo con el 30.06, ambos con mira telescópica. Las zonas que “peinaríamos” era amplia; todos los lomeríos y cañadas que rodean y le dan forma al arroyo del “Palo Blancal”. En caso de tumbar un “hijuelachingada” era cosa de arrastrarlo hasta el arroyo, ya de ahí lo recogeríamos en el carro. El Juan y yo, a prudencia distancia, caminamos más de seis horas sin novedad, salvo “juellas” viejas y un que otro “trilladero”. Ya de regreso al “paraje”, el Juan se detiene y se sienta en la sombra de una “flecha del indio” para decirme que había escuchado un disparo. Como estoy sordo, nunca lo escuche pero confié en lo que me dijo y ambos nos dirigimos en dirección a la zona donde éste había escuchado el disparo. “Rastreamos” toda el área sin encontrar nada, absolutamente nada, y con la misma nos retachamos pal “paraje”. Cuando llegamos –en el momento preciso en que el “cocido” pegaba los últimos hervores– nos esperaban con ansias porque me había llevado las llaves del “Toyotita” y el “traspaleado” había tumbado un “hijuelachingada” de seis picos que habían arrastrado y dejado colgado en las horquetas de un ciruelo a orilla del arroyo, y como el carro que traía, un pick up Mitsubishi, no le funcionaba el doble (“juerzuda”), necesitaban a “guevo” el “Toyotita”. No obstante que el “cocido” ya estaba, decidimos ir por el animal antes de almorzar. No tardamos ni la hora en ir por el “hijuelachingada”. Un buen ejemplar; ni flaco ni gordo. El “chingazo” se lo habían acomodado muy bien; arriba del codillo, en pleno sobaco, así que el disparo fue fulminante. Lo colgamos en un brazo del palo “Sanjuan” para destazarlo después de almorzar. Sobre la mesa, dándole los primeros sorbos al “cocido”, el “traspaleado” hizo su apartado; los “lomitos”, un costillal y los “dentros”. Oyes, le preguntó Manuel, mi “comandante”, y con los “lomitos” que piensas hacer; beneficiarlos y secarlos para machaca o prepararlos en bistec. No, contesto el “traspaleado”; los quiero para mi compadre Macklis (Manuel Macklis, aun vivía). La expresión del “traspaleado” me llamo la atención y le pregunte sobre su afectuosa relación que existía con Manuel. Sí, es muy buen amigo; le tengo mucho aprecio y siempre que salgo o tumbo un animal, trato de llevarle los “lomos” porque sé que le gustan en bistec ranchero o salteados en el sartén con sal y orégano.

Quitarle el cuero y la destazada estuvo a cargo de José y el Chuy, quienes en un abrir y cerrar de ojos le sacaron las piezas e inmediatamente las colgaron sobre los tubos de la lona que teníamos como sombra. Como esa tarde habría “relevo” nos echamos un “coyotito” (siesta) mientras Manuel, mi Comandante, y el Chuy daban una “tardeada”. No traíamos mayor problema de agenda –como dicen los políticos– así que podíamos quedarnos uno, dos o tres días más, todo dependía de la del “perro” (comida). Desperté cerca de las cinco de la tarde y con la misma puse agua en la calentadora para colar café, mientras el Juan, José y el “traspaleado” seguían acostados en los “tendidos”. La tarde transcurrió sin novedad hasta que llegaron los diestros cazadores poco antes de que comenzara a pardear. No sabemos si de regreso “inventaron” la historia que luego nos comentaron para justificarse, el caso que la “odisea” resulto mucho más entretenida que los días de “acampada”. Según Manuel, vieron y le tiraron a un animal “muy grande” en las cuchillas del “tabardillo”; éste se descolgó sobre las faldas y se metió en una cañada hasta salir, cruzar el arroyo e internarse en un ancón. Le dejaron ir cinco “pajuelazos”; tres con el 30.06 de Manuel y dos con la 30/30 del Chuy. Según Manuel, le anduvieron cerquita los “chingazos”. De no ser porque el animal se espantó, lo habría seguido al día siguiente. Para esto, y de acuerdo a sus revelaciones, no le quisieron “tirar” a un crillón que les botó a menos de cinco metros ni a una venada que estaba echada en el tronco de un datilillo. Eso sí, se dieron “vuelo” mandándole tiros de dispersión a un par de coyotes. Sin embargo, a fuerza de ser honestos, llegaron con las manos vacías.

No obstante que había quedado media olla de “cocido”, pero como no había ánimo para jugar malilla decidimos asar el costillal que había quedado después de que el “traspaleado” se auto repartió (incluyendo los “lomitos” de su compadre Macklis); y las dos paletitas delanteras. Manuel se comprometió a preparar una salsa con tomates, chiles serranos, ajos y cebolla asada en las brasas, en tanto el Juan, que es bueno para la “amasada”, lo obligamos a que destendiera unas de harina sobre el comal. Tuvimos que esperar buen rato a que los palos colorados y las uñas de gato hicieran brazas para dejar “caí” sobre la parrilla el costillal y los “cortes” de las dos paletitas delanteras rociadas con sal entera y orégano. Esa noche cenamos, como acostumbramos en las acampadas, sobre todo “cuando caza el lión”; costillas asadas, tortillas de harina recién hechas, fríjoles refritos, salsa de molcajete y café. Habían quedado un par de ballenas en la hielera pero decidimos voluntariosamente dejarlas para el regreso, al día siguiente. Eso sí, para del desenpace, le dimos maté a medio litro de tequila Herradura reposado que había sobrevivido de un día anterior. Antes de acostarnos Manuel “hirvió” de nuevo el “cocido” para que no se “hacedara” porque era todo lo que nos quedaba para otro día. Nos acostamos antes de las nueve de la noche.

Al día siguiente, mucho antes de que reventara el “lucero” nos despertó el Juan en medio de una escandalosa gritería; “levántese jijosdelachingada, se los van a comer los coyotes”. Yo había “tendido” en la orilla de la carpa y sobre mis pies, recostada en la hielera, había dejado el 30.06 sin cartucho en la recámara pero con cuatro tiros útiles en el cargador, lista para cerrajear. Yo no había escuchado nada pero cerca del “paraje”, seguramente atraídos por el olor a carne, una coyotera que el Juan alcanzó “aluzar” con el foco de mano. Yo no los vi ni los escuche, pero José, el Chuy y el “traspaleado” sí, y aseguraban que eran más de quince coyotes. El escándalo que armó el Juan no nos dejo dormir, así que tuvimos que levantarnos a las tres de la mañana. Colamos dos veces café y esperamos más de tres horas para que “aclarada” para poder salir. No armamos equipo, sino que cada quien salió por su lado; el “traspaleado” con el 25/20; Manuel con el 30.06, el Chuy con la 30/30 y el Juan con el .243. Nos quedamos para recalentar el “cocido” e ir levantado el “paraje” Manuel, José y yo. Esa mañana le dieron hasta las doce del día con la novedad que el Chuy había tumbado un crillón y allá mismo le quitaron el cuero y lo destazaron y lo arrimaron al “paraje”. Comimos una vez más “cocido” recocido con tortillas de maíz recalentadas, colamos café y como ya nos habíamos preparado para el regreso, con la misma nos retachamos a esta ciudad. Antes de salir a carretera, el la primera loma alta abrí el celular para ver si traía llamadas; un par de llamadas de mi señora y varios mensajes, entre ellos uno de Manuel Fort Mayoral que me ponía al tanto de que Filiberto Fort Mayoral, su hermano, un asiduo cafetero de “anca Lupita” como dice Alfredo González, se encontraba el ISSSTE donde lleva más de una semana internado. Como el mensaje lo recibí apenas ayer por la tarde –jueves 24 de febrero de 2011– y la crónica de hoy es desde hace un año nada más que la actualice, opté por compartir con usted por si lo conoce lo visite en la clínica del ISSSTE de esta ciudad, (La Paz) y que seguramente mucho lo reconfortará hoy que está en recuperación. Salud.

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